El Deslumbrante Color del Cosmos

Un pintor cuya imaginación alcanzaba las estrellas, Rufino Tamayo fue quizás el más filosófico de los grandes artistas mexicanos. Sus lienzos y murales atestiguan la búsqueda constante del ser humano por darle significado a su breve existencia en el cosmos, ese enigma que continúa sin respuesta y que se encuentra siempre presente en la consciencia colectiva; inclusive en la era moderna, en estos tiempos en los que nos jactamos de haberlo inventado todo pero no podemos contestar todavía el “¿cómo?”, y “¿por qué?” estamos aquí.
Rufino Tamayo fue un artista prolífico y apreciado a nivel mundial, era capaz de apropiarse de las vanguardias europeas y darles un sentido único y personal, produciendo obras llenas de misticismo y colorido, las cuales, a pesar de su relativa simplicidad, abordan profundos temas de la naturaleza humana. Produjo cerca de dos mil obras a lo largo de su vida, lo que lo convierte en uno de los artistas mexicanos de mayor acervo; solía decir a sus discípulos «si te gusta pintar, pinta todos los días y si puedes ocho horas diarias», convirtiéndose en la filosofía del quehacer artístico que practicó a lo largo de su carrera.
Nació en la ciudad de Tlaxiaco Oaxaca en 1899, fue hijo de Ignacio Arellanes y Florentina Tamayo, un zapatero y una costurera de origen zapoteco. Tras la separación de sus padres en 1904, quedó bajo custodia de su madre, quien al poco tiempo falleció prematuramente; entonces, Rufino se fue a vivir con su tía Amalia y juntos partieron hacia la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades. Comenzó sus estudios artísticos en la Academia de San Carlos, pero su espíritu rebelde lo llevó a abandonar pronto la educación reglada y se dedicó a conocer el arte popular mexicano y el contemporáneo.
A pesar de no haber culminado su formación académica propiamente dicha, el éxito vino de forma rápida y natural para Rufino Tamayo. En 1926 realizó su primera exposición individual, la cual generó el reconocimiento necesario para abrirle las puertas de la Urbe de Hierro y poder así presentar sus obras en el Art Center de Nueva York. Años más tarde, recibiría una oferta para enseñar pintura en la Dalton School of Art, por lo que regresó a la gran manzana y residió allí por casi veinte años, periodo en el que buscó un estilo propio y se alejó relativamente de las vanguardias europeas.
En 1949 traslada su residencia a París hasta finales de la década de los 50’s. En el viejo continente participa con enorme éxito en la Bienal de Venecia, en la que se instala una Sala Tamayo, causando la admiración del público, la prensa y los críticos por igual. Como resultado de esta bienal, Tamayo finalmente alcanza la cúspide del reconocimiento al convertirse en una de las grandes figuras del arte del Siglo XX.
Lo que sucede a continuación es el sueño de cualquier artista. Sus obras se exhiben junto con las de Picasso, Matisse y Miró, y resulta ganador de la bienal de Sao Paulo en 1953. Mientras que algunos artistas donan sus obras para tener el privilegio de ser exhibidas en el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MOMA), a Tamayo este prestigioso museo lo busca y le compra no uno sino varios de sus cuadros, entre los que destaca «Animales».
Posteriormente, Tamayo se adhiere al movimiento muralista mexicano en su segunda generación. A diferencia de otros mexicanos como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera, la obra mural de Tamayo toma la cosmovisión e imágenes prehispánicas y las traduce en obras universales, que pueden ser interpretadas por cualquier persona. Su estilo es inconfundible y fácilmente asociable al arte contemporáneo por el uso magistral de colores, texturas y perspectivas en sus composiciones.
En este sentido, Rufino Tamayo es el gran colorista de México, ya que su obra es de constante experimentación con su cromatismo. Sus lienzos dan vida a colores tan únicos que llevan su nombre lejos de nuestras fronteras, tales como el Tamayo pink o el rosa Tamayo; pero de forma más sobresaliente, su filosofía del color era similar a la de la forma. Tamayo entendió que hacer color no significaba abundar en él ni engolosinarse con su supuesta riqueza, sino que debía obedecer a un proyecto o a una composición en combinación con las texturas.
Para observar el genio de este fabuloso artista, en mi opinión hay que contemplar su maravillosa obra ubicada en el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México. El mural titulado “Dualidad” es tan filosófico y maravilloso como el “Guernica” de Pablo Picasso. En Dualidad, la serpiente emplumada Quetzalcóatl se enfrenta al jaguar Tezcatlipoca, ambos creadores del mundo, y que se encuentran en una salvaje lucha día a día por imponerse, dando como resultado al día y la noche desde los inicios de los tiempos.
Rufino Tamayo fue un artista inclasificable, único y perteneciente a su tiempo. Sus obras son simples a primera vista, pero, al mismo tiempo, complejas si tomamos en cuenta los mensajes cifrados que albergan en un espacio y en un tiempo indefinido y atemporal. En este sentido, Xavier Villaurrutia señalaba que Tamayo “no compone por acumulación, sino por selección y porque no le arredran los espacios desnudos que, en su caso, nunca son espacios vacíos, puesto que, en virtud de una pincelada siempre significativa, el color sigue viviendo en ellos con una vibración que es un goce para la vista y que instala al mismo tiempo a las figuras del cuadro dentro de una atmósfera y en una compleja y poética duración”.
Este gran artista fallecería el 24 de junio de 1991 en la Ciudad de México, dejando tras de sí, una extensa obra y un legado artístico únicos que continúan maravillando e influenciando a los amantes del arte alrededor del mundo. Se trató además, de uno de los artistas mexicanos más condecorados de todos los tiempos, recibiendo importantes distinciones por todo el mundo, tales como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, entregada por el Rey Juan Carlos de España, asimismo fue nombrado Caballero de la Legión de Honor de Francia, se le distinguió como comendador de la República Italiana, y recibió el Premio Nacional en Ciencias y Arte, entre muchos otros honores.
«Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional».

