

Francisco de Zurbarán es considerado uno de los máximos exponentes del arte barroco español, siendo el autor de obras de profundo contenido religioso que reflejan la devoción y la fe de la vida monástica del Siglo XVII. Poseedor de un estilo adscrito a la corriente tenebrista por su uso de la luz, las sombras y los contrastes, Zurbarán se caracterizó por crear obras de relativa sencillez compositiva pero con un gran realismo y exquisitez en los detalles, poniendo un énfasis en el apasionamiento de los rostros para transmitir emoción y fervor religioso.
A pesar de no ser tan universalmente conocido como algunos de sus célebres contemporáneos como Diego Velázquez, Murillo y Alonso Cano, Francisco de Zurbarán es sin duda uno de los líderes artísticos del Siglo de Oro español y uno de los más talentosos artistas de la pintura religiosa. Nacido en Extremadura en 1598, Zurbarán mostró aptitudes para la pintura desde edad temprana, por lo que su padre lo envío a Sevilla a los dieciséis años para ser aprendiz del artista Pedro Díaz de Villanueva, integrándose a la Escuela de Sevilla inaugurada por el pintor Francisco Herrera.
Sus primeras obras fueron encomiendas de la iglesia para retratar monjes, sacerdotes, vírgenes y templos. Pronto sus pinturas adornarían la Catedral de Sevilla y sería llamado el Caravaggio español debido a su brillante uso del claroscuro, gracias al cual contrastaba maravillosamente los ropajes blancos de los monjes sobre los fondos obscuros tal como hacía el maestro italiano. En 1627, Zurbarán pintó su exquisito Cristo en la Cruz, una maravillosa pintura de Cristo en contraste con un fondo negro, la cual consolidaría su reputación como uno de los grandes de la época.
Al crecer su fama, Zurbarán sería invitado para convertirse en uno de los artistas oficiales del Rey Felipe IV. Entonces, en verdad tendría que competir con sus contemporáneos, en especial con el pintor sevillano Murillo, quien terminaría por adoptar un estilo más valorado que el de Zurbarán. Aparentemente incómodo con grandes composiciones con muchos elementos, perspectivas y figuras, Zurbarán se enfocó a sus retratos austeros con fondos obscuros, ideales para sus clientes de la religión.
Sin embargo, hacia 1630 por motivos aún desconocidos por los historiadores del arte, Zurbarán se embarcó en una serie de trabajos radicalmente diferentes a su obra, alejándose también de las obras de sus contemporáneos, por lo que manifestó cierta inconformidad creativa. Trabajando con sus aprendices en Sevilla, inició una colección de retratos de santas vírgenes mártires, un tema popular durante la contrarreforma. No obstante, en lugar de retratar a sus santas en atuendos típicos religiosos, Zurbarán las plasmó como elegantes mujeres jóvenes vistiendo hermosos vestidos. No se limitó a pequeños lienzos, también las pintó en tamaño natural con vestidos que mostraban un nivel de detalle digno de un diseñador; incluso hay quienes sugieren que utilizó modelos y maniquíes para modelar los vestuarios.



A pesar de que Zurbarán se cercioró de que cada santa portara sus objetos religiosos y símbolos de martirio correspondientes, la sociedad española y la Iglesia Católica se escandalizaron ante estas bellas mujeres vestidas con opulentos atuendos y sin mostrar ningún sufrimiento o dolor antes de su muerte. Mostrar a las santas de esta manera era un desafío a la doctrina de la Iglesia Católica y la opinión del público estaba dividida al respecto. Para sus detractores, quienes estaban acostumbrados a imágenes religiosas puritanas, vestir a las santas de esa forma tan extravagante para su época era indecente y escandaloso; mientras que logró buenos comentarios de algunas figuras importantes como la hermana Juana de San Antonio, quien describió sus lienzos como lo más hermoso que los ojos humanos hayan visto con sus cuerpos gentiles adornados con perlas y preciosas joyas. Al responder a sus críticos Zurbarán diría que plasmar a las mártires siendo torturadas o asesinadas mandaría un mensaje equivocado. Por el contrario, él creía que al retratarlas de forma más moderna y realista lograría mayor devoción e interés de los fieles.
Para 1658 Sevilla dejó de favorecerle laboralmente, por lo que el pintor decidió mudarse a Madrid, donde volvió a conectarse con su colega Diego Velázquez. A pesar de su talento y el considerable éxito que había obtenido durante su vida, su popularidad vino en declive, cada vez vinieron menos trabajos comisionados hasta el final de sus días fuera de la luz pública y relativamente sumido en la pobreza; finalmente, Zurbarán fallecería cuatro años más tarde que su amigo Velázquez en 1664.
Mientras que la mayoría de las obras de Zurbarán pueden observarse en Sevilla y el Monasterio de Guadalupe, también existe una magnífica colección en el Castillo Auckland en Durham, Reino Unido, e incluso, algunos de sus trabajos llegaron a lugares remotos del imperio español como Lima, Perú. Por su parte, las Santas de Zurbarán se encuentran en colecciones públicas y privadas en Inglaterra, Italia, Francia, Nueva York, Irlanda y naturalmente en España, donde el Museo de Bellas Artes de Sevilla ha logrado reunir la colección más extensa de estas exquisitas y revolucionarias obras.

