lunes, septiembre 25, 2023
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    UN TESORO DE CHIAPAS: OCOSINGO

    Don José Solórzano Navarro y doña Aglae Paniagua, padres de José Eugenio.

    Jardines de la Selva Lacandona. Fotografía tomada por Gertrude Duby Blom en 1977.

    Chiapas es maravilloso, tiene un grado de perfección y grandeza que pocos lugares tienen en el mundo. Su cultura, su gente y su naturaleza son la sazón que hacen mágica la visita a nuestras tierras. Todo rincón tiene su vislumbre, así como mi bello Ocosingo, lugar pintoresco que me vio nacer aquel 27 de febrero de 1931 en el rancho “Jatenchib”, propiedad de mis difuntos padres, el Sr. José Solórzano Navarro y la Sra. Aglae Paniagua Domínguez. Mis hermanos Ángel Enrique, Martha Graciela, Julio César y yo nos sentimos agradecidos por haber pasado nuestros primeros años de vida en el bello Ocosingo, así como el haber aprendido de todos los conocimientos de mis padres.

    Cabe destacar que, la cultura maya es una de las más avanzadas e incluso superior a la cultura egipcia, así lo certifican las Zonas Arqueológicas de Yaxchilán, Bonampak, Palenque, Toniná, entre otras. Ocosingo fue el municipio más grande de la República que introducía más del 70% de ganado vacuno al rastro del Distrito Federal, además de haber sido un fuerte exportador de toretes a los Estados Unidos, sin tomar en cuenta el tesoro de sus ríos que son los pulmones de Chiapas y de México.

    Mi padre fue un hombre de campo muy completo, excelente jinete, tenía buena mano para arrendar los caballos; dotaba por sus conocimientos para cuidar y manejar con eficiencia el ganado vacuno; y realizaba con facilidad la limpieza y desarmado de armas. También conocía todos los rincones y los secretos de la Selva Lacandona, además hablaba el dialecto Tzeltal de los indígenas de la región, por ello desde pequeño colaboró como un elemento importante en la empresa Bulnes y Compañía.

    “Jatenchib” significa más que nuestro lugar de nacimiento, dado que mi familia lo empleaba para llevar acabo sus negocios. El rancho tenía una superficie aproximada de 300 hectáreas, en la mayoría de ellas estaban cultivadas cañas de azúcar para la elaboración del aguardiente y otras hectáreas se habían adecuado para el mantenimiento del ganado vacuno. Además de todas las instalaciones inherentes para la elaboración del aguardiente, “Jatenchib” estaba dotado de los implementos necesarios para la elaboración de quesos de crema que hacía mi abuelo Fidelino Solórzano, y que ahora son los famosos quesos de bola que se comercializan en Ocosingo. Sobre este particular, mi padre nos relataba que un soldado originario de Querétaro, en tiempos de la revolución le enseñó a mi abuelito el cómo hacer este tipo de queso.

    Ocosingo, Chiapas.

    1951. En la foto aparece el Lic. José Eugenio en unión del fotógrafo Eduardo F. Kroll de nacionalidad polaca; de su padre el señor José Solórzano (paladín de la Selva Lacandona), quien se encontraba disfrutando de su trofeo, un enorme jabalí; y aparece el cocinero asistente Vicente Carranza, así como sus cuatro perros de cacería. En este bello lugar de la selva situado en los márgenes del Río Jataté, la familia Solórzano construyó un bonito rancho ganadero con cultivo de café y tabaco denominado “El Brasil”.

    José Eugenio a los veinte años atravesando el Río Jataté con su caballo el “Rebozo”. Este río es una joya natural de Ocosingo que pasa por la hacienda “El Rosario”, que fuera propiedad de la familia Solórzano Paniagua hasta el movimiento zapatista (1945-1994).

    Mateo Chank’in con su familia en la Laguna de Naja de la Selva Lacandona. Fotografía tomada por Gertrude Duby Blom en 1956.

    A pesar de que me encantaba vivir en Ocosingo, tuvimos que mudarnos a San Cristóbal de las Casas por negocios de mi padre y para que nosotros (sus hijos) pudiéramos concluir con los estudios de primaria. Sin embargo, en cada oportunidad viajábamos para allá o para la Selva Lacandona, otro de mis sitios favoritos de todo Chiapas, pues ahí conocí a la encantadora Laguna de Miramar, una isla de agua dentro de una densa selva húmeda; en su interior uno experimenta esa rara ambigüedad de sentirse un ser extraño en un santuario de la naturaleza y al mismo tiempo parte integral de un todo armónico.

    Cabe destacar que, en la Selva Lacandona, mi padre instaló campamentos chicleros con más de 800 trabajadores que se dedicaron a extraer la resina de los árboles de chicozapote para la producción de chicle. Fueron establecidos diez campamentos, pero los más importantes fueron el de San Quintín (cerca de la laguna de Miramar), atendido por mi tío Jorge Paniagua Domínguez, cuñado de mi padre; y el segundo en el Cedro (cerca de las ruinas de Bonampak), atendido por mi tío Alfonso Abreu Rosales, concuño de mi padre. La empresa chiclera tenía dos centros de recepción, uno en la ciudad de Tenosique, Tabasco, y el otro en la ciudad de Ocosingo, para posteriormente enviar las marquetas de chicle a las empresas Wrigley y Mexican Company para su exportación. Para ello, mi padre tuvo la necesidad de adquirir dos aviones monomotores para el negocio y un avión bimotor para su servicio particular.

    Hacienda “El Rosario” en Ocosingo, cuna de la poetisa Rosario Castellanos.

    En el año de 1945, mi padre adquirió la hacienda “El Rosario” con el Ing. César Castellanos, progenitor de una de las poetisitas más importantes del siglo XX, Rosario Castellanos. Tres años más tarde todos nos mudamos a la hacienda para comenzar a arreglar la casa de la finca, a adaptar los corrales y a mejorar el campo en general. Todos los días a partir de las siete y media de la mañana después de desayunar, mi papá, Enrique y yo salíamos a campear para cuidar el ganado. A la una o dos de la tarde buscábamos un lago o arroyo para tomar una jícara de pozol con sal y chile, y a veces mumo tierno (hierba santa); el regreso lo hacíamos antes de las cinco de la tarde para comer.

    Me gustaba estar en el rancho porque disfrutaba del campo, de los árboles, de los ríos y caballos; además estaba aprendiendo todas las labores del campo, al grado de que un día dije que cuando fuera grande dirigiría “El Rosario”. Las carreras de caballos, las peleas de gallos, las montadas de toros, el vino sagrado y las sonrisas campiranas de las guapas doncellas de mi pueblo imprimieron a mi vida recuerdos imborrables. Es por ello que me he tomado el tiempo necesario para crear un poema con el nombre de Ocosingo, que también va dedicado a las montañas, ríos y a todas las bellezas de la Selva Lacandona, orgullo de Chiapas y de México. Así como también he escrito La laguna de mi rancho, dedicada a la belleza femenina y la de la selva.

    LA LAGUNA DE MI RANCHO

    Las aguas perfumadas de la encantadora laguna de mi rancho
    acariciaron a las guapas doncellas de mis amores
    con el azul de sus aguas cristalinas,
    con el amor alegre de sus montañas,
    con los encantos de su selva
    sin medida como el beso.

    Además, en el fondo de las aguas profundas y azules
    de esta encantadora laguna
    quedarán escondidos para siempre
    como el perfume agradable de las flores,
    los secretos de mis amores.


    José Eugenio Solórzano Paniagua.

    OCOSINGO

    Tierra de Luna y de Sol,
    donde se respira el sabor
    delicioso de las imponentes
    montañas de su Selva Lacandona
    y el perfume agradable de las traviesas aguas de su Río Jataté.

    En ese bello rincón de la Selva Lacandona
    nació el palacio verde del amor,
    bautizado con el nombre de Ocosingo.
    Un lugar maravilloso, fascinante,
    en donde brota el amor de las montañas
    romántico y apasionado,
    inspirado en la fragancia y en los encantos de la orquídea,
    la flor más exquisita y bonita
    que habita en los troncos de los árboles de su selva,
    como la reina de las flores.

    Los árboles más ancianos de la selva
    confesaron a los cuatro vientos,
    que las mujeres de Ocosingo
    son hijas legítimas de las montañas,
    de los ríos y de las flores más bonitas.
    Por ello, nacen con el corazón tan alegre,
    como el verde hermoso de sus montañas,
    con el alma tan pura y limpia,
    como el agua bendita de sus manantiales.

    Son más bonitas que las flores
    porque en el brillo de sus ojos,
    que son las luces bonitas de las estrellas
    se refleja la belleza virgen y desnuda de la naturaleza;
    perfumada con el aroma y la fragancia de la orquídea,
    madre de las hembras de Ocosingo y reina de las flores de la selva,
    quien luce con orgullo su corona y su belleza
    en el corazón de las montañas del palacio verde del amor,
    adornado con las aguas maravillosas,
    cristalinas de color azul de sus lagunas encantadas,
    como si fuera el jardín sagrado donde vivieron y pecaron Adán y Eva.

    Además, con la sonrisa dulce de sus labios
    nace el orgullo de las guapas doncellas de Ocosingo,
    la inocencia y la belleza campirana con los atributos fieles
    de la magia divina de todas las mujeres, el secreto del amor.

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