

La figura humana en movimiento y en su estado de mayor expresión fue plasmada con gran elegancia en el arte de Henri de Toulouse-Lautrec. El ilustrador y pintor francés produjo algunas de las obras más emblemáticas de la escena juerguista de París, comenzando por el mítico Moulin Rouge y sus personajes, quienes fueron retratados por el pintor con una veracidad sorprendente.
Nacido en el castillo de Albi en 1864 en el seno de una familia aristocrática francesa, Henri fue uno de los artistas neo impresionistas más relevantes de su época. Sus padres eran primos en primer grado y como resultado de tal consanguineidad, Henri padeció de una enfermedad de los huesos que limitó su crecimiento y le deformó las piernas. La deformidad atormentaría al pintor por el resto de su vida llevándole a la depresión y a una muerte prematura por alcoholismo.
Fue un asiduo de la escena bohemia de Montmartre, el barrio de artistas más prominente de París. Ahí se hizo amigo de grandes intelectuales de la época como el escritor irlandés Oscar Wilde, el pintor holandés Vincent van Gogh y la cantante francesa Yvette Guilbert. Fundó su estudio creativo en el mismo edificio que el del gran pintor Edgar Degas, quien rápidamente se convertiría en la máxima influencia de su arte.
Por influencia de Degas, Toulouse-Lautrec se alejó del impresionismo e inventó un estilo propio muy característico. Henri le otorga preponderancia a la línea que esboza la figura, buscando retratar lo esencial tanto de la forma como del espíritu de sus temas y personajes. Basándose en amplias pinceladas, su arte es lineal, rechaza el claroscuro; su cromatismo es teatral y fantástico, en tonos rojos y verdes.
Toulouse-Lautrec además se apartaba de los maestros impresionistas al negarse a pintar paisajes y los criticaba, porque para él, lo realmente importante eran las personas y las experiencias humanas. Al utilizar la luz artificial en la mayoría de sus obras, Henri podía manipularla a su conveniencia para hacerla cambiante, sórdida y densa. También defendía el detalle en el rostro y lo exageraba hasta rayar un poco en la caricatura, porque la expresión facial puede decir más que mil palabras.

Respecto a sus temas, Henri se consideraba a sí mismo como un cronista social, le interesaba todo lo relacionado a la vida bohemia como bailarines, prostitutas, burgueses y actores, a quienes retrataba en escenas muy naturales. Podría decirse que los marginados fueron su fuente de inspiración porque él era uno de ellos debido a su deformidad, y éstos lo aceptaron para que plasmara su realidad posando para él con gran naturalidad incluso en momentos muy personales. También fue un duro crítico de los poderosos de la época, tachándolos de hipócritas por demonizar públicamente los vicios de Montmartre y al mismo tiempo gozar de ellos en el mayor de los secretos.
A diferencia del incomprendido Vincent van Gogh, Toulouse-Lautrec logró hacerse del éxito monetario al ser frecuentemente solicitado por los dueños de los establecimientos que frecuentaba para realizar la publicidad de sus espectáculos como Le Chat Noir, el Salón de la Rue des Moulins, el Moulin de la Gallete y el Folies Bergère. Para muchos Lautrec es el inventor del cartel moderno, buscando procurarse de una imagen limpia y llamativa a fin de despertar una reacción psicológica en el observador.
En 1889 abrió sus puertas el legendario Moulin Rouge de París, el recinto de entretenimiento favorito de Lautrec y que inmortalizaría en muchas de sus obras y carteles. En las escenas de sus famosas litografías a color aparecen las grandes estrellas de cabaret y cancán como Jane Avril, Yvette Guilbert y sobretodo Louise Weber, llamada “la Goulue”.



Cineastas contemporáneos como Baz Luhrmann y John Huston retratarían el Moulin Rouge con una cara mucho más glamurosa, algunos dirían que lo glorificarían en exceso a diferencia de su cliente predilecto, Toulouse-Lautrec, quien lo captó como un lugar más crudo y salvaje. Aquí radica el poder del arte de este realista empedernido, que hace ver un lugar atractivo con la crudeza humana de sus posters en gran medida abstractos.
Desafortunadamente para el artista su estilo de vida lleno de excesos comenzaron pronto a cobrarle la factura. Sufre de sífilis y en 1897 tiene su primer ataque de delirium tremens, en el que le dispara a múltiples arañas que aparecen en sus alucinaciones; su salud empieza a deteriorarse como resultado del consumo excesivo de alcohol y tiene que ser internado en un hospital psiquiátrico. Sin embargo, luego de un ataque de parálisis fue llevado al lado de su madre para sufrir una muerte prematura en 1901 con tan sólo 37 años.
Actualmente sus obras pueden apreciarse en grandes museos del mundo como el Museè d’Orsay de París, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, y el Museo Toulouse-Lautrec en el antiguo Palacio de la Berbie en Albi, Francia.