


Es un placer dedicar esta edición de Galería a la obra y vida de Leonor Fini, en mi opinión una de las artistas latinoamericanas más talentosas y menos celebradas de nuestro continente. El arte de esta pintora fue alimentado por una imaginación sin límites y por un espíritu libre y hedonista que le permitió crear obras fascinantes, llenas de misterio, en las que la fantasía y el erotismo cohabitan el lienzo de forma incomparable para crear mundos tan mágicos como insospechados. A pesar de que Leonor Fini es menos reconocida que otras pintoras surrealistas como Leonora Carrington, lo cierto es que sus cuadros son en la misma medida extraordinarios, al igual que la mujer detrás del pincel.
Leonor Fini nació en 1907 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Hija de madre italiana y padre argentino, su hogar sufrió una ruptura cuando su padre las abandonó a su suerte, por lo que rápidamente su madre se embarcó con ella hacia Trieste, Italia. En el viejo continente, Leonor experimentó una situación de ambivalencia porque su madre la disfrazó de niño durante seis años para esconderla de su padre, quien amenazaba con secuestrarla. A lo largo de su vida, la excéntrica y liberal Leonor rechazó las etiquetas que el mundo le quería imponer; la llamaron surrealista, bisexual y lesbiana, pero negó ser cualquiera de ellas, sobre todo aborrecía el término surrealista por considerar a André Breton –el poeta creador de este movimiento− un misógino homofóbico. Incluso el máximo exponente del surrealismo, el pintor Salvador Dalí, se expresaría de forma machista respecto a los cuadros de Fini, al mencionar que su obra es «mejor que la mayoría, pero el talento está en las bolas».

La conservadora Italia resultó ser muy frustrante para el alma libre y rebelde de Leonor Fini. La expulsaron de tres colegios al sentirse inadaptada, hasta llegar al punto en que decidió mudarse a la Ciudad Luz en 1932 para buscar una escena apropiada, donde entraría en contacto con los personajes fundadores del movimiento surrealista. Jean Cocteau fue deslumbrado por el «Realismo Irreal» de la pintora, mientras que Jean Genet, Giorgio de Chirico y Max Ernst fueron sus primeros mecenas.
Los intelectuales parisinos se enamoraron de su arte, lo que la elevó a un estatus de gran relevancia. Coco Chanel y Elsa Schiaparelli le confeccionaban atuendos a la medida, e incluso su primera exhibición parisina se realizó en una galería administrada por Christian Dior, antes de que éste se dedicara al diseño de modas. Es fácil percatarse por qué el arte de Leonor Fini fascinó a la Ciudad Luz, ella pintaba diosas feroces, sacerdotisas, quimeras fantásticas, esqueletos y otras misteriosas criaturas. Autodidacta, imaginativa y erótica, la vida personal de Leonor Fini escandalizaba tanto como su arte. En 1936 logró indignar al periódico británico The Daily Mail, el cual, tras la exposición de dos obras ligeramente sensuales de Fini en la Exhibición Internacional Surrealista de Londres, expresó que las dos pinturas eran «un par de bofetadas a la decencia que no deben pasar inadvertidas». Su arte sería llevado al límite de lo que se consideraba indecente, cuando en 1942 se le atribuye el primer desnudo masculino creado por una pintora, una rareza del arte incluso hoy en día.


Convertida en la reina de la escena bohemia parisina, Leonor Fini gustaba de transformarse y de vestirse de forma excéntrica, lo que aunado a su personalidad efervescente y liberal, encantaba a la corte intelectual de la ciudad. La fotografiaron desnuda Henri Cartier-Bresson y Georges Platt Lynes, así como Dora Maar, la famosa pintora amante de Pablo Picasso. Sus atuendos fantásticos la envolvían en un aura de misterio que seducía y atraía; vestía con pieles, plumas y máscaras de animales, algunos la recuerdan portando una máscara de gato o leona y una peluca de plumas.
En la actualidad su legado está injustamente olvidado e infravalorado, en gran medida por negarse a ser reconocida como la mujer detrás de algún hombre ilustre, tal como algunas famosas artistas que hoy habitan en nuestra memoria e imaginación; tal vez por esta razón es menos celebrada y recordada que otras pintoras latinoamericanas. De forma notable, además de sus hermosas pinturas, lo que no deberíamos olvidar de Leonor Fini es su espíritu, el cual bien representa el ideal revolucionario de independencia y auto invención en el que cualquier cosa era posible, desde las mágicas realidades que habitaban sus lienzos, hasta la historia de una mujer argentina que un día se convirtió en la reina bohemia de París por llevar fantasía en el alma.


«Toda la pintura es erótica. Ese erotismo no tiene necesariamente que estar en el tema. Puede estar en la forma con que se pinta un ropaje, en el diseño de una mano, en un pliegue».