Uno de los personajes más sobresalientes de la historia fue creador de maravillosas obras que entrelazaban la observación, la ciencia y un profundo estudio de la anatomía y la psique humanas. Poseedor de una imaginación sin límites, Leonardo da Vinci es el artista, ingeniero e inventor por excelencia; un hombre cuya insaciable curiosidad lo guiaba a buscar desentrañar los misterios mejor guardados de la naturaleza. Soñaba con máquinas voladoras y con temibles armas de guerra; entretenía a las audiencias con deslumbrantes espectáculos e ingeniosos versos, era un ingeniero para quien nada era imposible, como desviar ríos de su cauce, idear ciudades utópicas o hacer fortalezas impenetrables. Sus contemporáneos decían que era un hombre de infinita gracia y belleza; encantador, un gran conversador y amigo, una personalidad que podemos ver reflejada en su maravilloso arte y en las miles de páginas de notas y dibujos que atestiguan los pasos de una mente brillante como pocas han existido.

Nació en las cercanías de Florencia en el pequeño pueblo de Vinci en 1452. Fue hijo ilegítimo de Ser Piero da Vinci, un notario con una larga tradición familiar en su oficio que se remontaba por varias generaciones. El hecho de ser ilegítimo terminó jugando a su favor, ya que no estuvo obligado a seguir la tradición familiar ni a recibir la rígida educación clásica propia de un joven de su clase. En su lugar, Leonardo aprendió lo indispensable y fue siempre su inquisitiva mente la que lo llevaba a aprender y descubrir por sí mismo, gracias a la observación y a la experimentación.
Cuando tenía catorce años se mudó a Florencia y su padre logró ingresarlo en el taller de uno de sus clientes, que por cierto era uno de los mejores de la ciudad, me refiero al taller de Andrea del Verrocchio, quien era un destacado escultor, ingeniero y pintor, mejor conocido en la actualidad por haber sido maestro de grandes artistas del Renacimiento como Perugino, Botticelli y el propio Leonardo da Vinci. La llegada del joven Leonardo al taller de Verrocchio coincidió con una de las obras más famosas de su maestro, su escultura de David triunfante sobre la cabeza de Goliat. Algunos historiadores sostienen que hay razones para pensar que Leonardo –entonces un niño– fue modelo para dicha escultura, la cual muestra un sorprendente parecido con los dibujos de Leonardo cuando tenía esa edad. Posiblemente un mejor escultor que pintor, Verrocchio le enseñó a Leonardo principalmente cómo plasmar el movimiento en imágenes estáticas, algo que es difícil de lograr tanto en la escultura como en la pintura.
Siendo zurdo y escribiendo de derecha a izquierda las palabras, es relativamente sencillo para los expertos identificar una pintura o dibujo hecho por Leonardo. Generalmente los artistas comienzan sus obras desde la izquierda inferior del cuadro, pero en el caso de Leonardo, él comenzaba sus obras de forma ascendente desde la esquina inferior derecha. Esta particularidad ha hecho posible que logremos descubrir sus trabajos y colaboraciones con relativa simplicidad. Una de las primeras aportaciones de Leonardo en el taller de Andrea del Verrocchio fue en la obra de 1473 titulada «Tobías y el Ángel», la cual plasma la escena bíblica en la que Tobías es acompañado por el arcángel Rafael, quien le instruye acerca de qué debe hacer con un pez que recién sacó del rio Tigris. Algunos expertos atribuyen a Leonardo el pequeño pez y el perro que los acompaña. El pez es exquisito en su nivel de detalle y en la forma en cómo la luz se refleja en sus escamas, es sin duda un trabajo increíble, incluso Leonardo le pintó sangre escurriendo por el vientre. El perro no salió tan bien, quedó un poco traslúcido, a través de él se pueden observar los colores del paisaje de fondo, sin embargo, el artista logró darle un notable efecto de movimiento a la figura.



Leonardo volvió a colaborar con Andrea del Verrocchio en “El Bautismo de Cristo” en 1473, obra en la que atestiguamos una participación ya no de aprendiz, sino de un igual en el arte. Aquí podemos observar a Leonardo superar ampliamente a su maestro, tanto así que Vasari –el primer biógrafo del Renacimiento– narró tal vez con cierta exageración, que Verrocchio se negó a pintar nuevamente tras darse cuenta de que su alumno lo superaba de forma abismal. Basta con comparar los dos ángeles de la pintura, el de la izquierda pintado por Leonardo es fascinante desde su postura dinámica, su delicada expresión con líneas del rostro disipadas y los encantadores rizos que tanto gustaban al pintor. Así mismo, en esta obra podemos descubrir un maravilloso paisaje de fondo, el cual es uno de los elementos característicos de las pinturas de Leonardo da Vinci. Vemos un hermoso y místico rio que proviene desde la lejanía y serpentea hasta la cabeza de Cristo en manos de San Juan Bautista, se trata sin duda de una composición magistral.
Uno de los primeros trabajos de Leonardo como un artista individual en el taller de Verrocchio fue «La Anunciación» de 1475, el cual podemos contemplar en la actualidad en la Galería de los Uffizi de Florencia. Es un maravilloso cuadro que retrata el anuncio del arcángel Gabriel a la virgen María de que se convertirá en la madre de Jesús por obra del espíritu santo. Algunos expertos argumentan que se trata de un trabajo colaborativo, pues el sfumato característico de Leonardo se encuentra ausente en la cabeza del arcángel. De cualquier forma, en esta obra podemos identificar algunos elementos fundamentales de la obra de Leonardo. El delicado y angelical rostro de la virgen adornado con rizos está maravillosamente logrado; el arcángel por su parte está lleno de dinamismo, parece que recién aterrizó en la escena con su postura inclinada hacia el frente, y finalmente, el místico paisaje de fondo tan característico que parece evocar un paraíso terrenal.

Retratar con fidelidad la psicología y la anatomía humanas se convirtió en una prioridad en el arte de Leonardo da Vinci, lo que elevó su arte al siguiente nivel. El artista siempre cargaba consigo un cuaderno donde anotaba sus observaciones acerca de escenas de la interacción de la gente y la naturaleza. En ellos podemos encontrar incontables ejemplos de personas que despertaban su incansable curiosidad. Dibujó grotescos personajes en contraste con jóvenes y bellas personas; plasmó la emoción humana de personas carcajeándose o llorando histéricamente e incluso diseccionó cuerpos humanos y de animales a fin de plasmar una fidelidad anatómica en sus pinturas. Podemos observar esta perfección anatómica en dos de sus maravillosas Madonas, «La Virgen del Clavel» y «La Virgen de Benois» de 1480 y 1482 respectivamente. Elevados al nivel de obras maestras, en estos cuadros se combina todo lo exquisito del arte de Leonardo; destacándose la perfección anatómica y psicológica del bebé Jesús, el cual se nota inquieto e intrigado por la flor que le presenta la virgen María, quien a su vez se muestra cautivada y divertida en las dos composiciones, indudablemente, se trata de dos obras con un importante componente psicológico.



El Renacimiento se caracterizó por poner al ser humano, su cuerpo y sus pasiones, en el epicentro de la creación artística. Cuando Leonardo se mudó a Milán y formó parte de la corte de Ludovico Sforza, se relacionó con todo tipo de artistas, ingenieros y arquitectos con diversos intereses y pasiones. Se hizo un buen amigo del arquitecto Donato Bramante, con quien compartió la tarea de proponer un diseño para la torre del imponente Domo de Milán, una de las catedrales góticas más grandes del mundo. En la búsqueda de plasmar en la arquitectura las mágicas proporciones del cuerpo humano, los artistas del Renacimiento redescubrieron la obra del arquitecto romano Marco Vitruvio, el cual consiste en un tratado sobre las proporciones anatómicas del ser humano. Varios artistas como Francesco di Giorgio y Giacomo Andrea realizaron dibujos al respecto del trabajo de Marco Vitruvio, sin embargo, fue Leonardo da Vinci quien realizó el tratado más detallado que se convertiría en una de las imágenes más icónicas del Renacimiento: el Hombre de Vitruvio. En lo que parece un autorretrato, Leonardo plasma al hombre con los brazos extendidos dentro de un círculo y un cuadrado, ajustando las proporciones a sus propias observaciones. Determinó, por ejemplo, que la longitud de los brazos extendidos del hombre es igual a su estatura; que la distancia entre la línea del cabello al mentón es proporcional a un décimo de la estatura, que la longitud desde el mentón hasta la parte superior de la cabeza es un octavo de la altura y que el tamaño de un pie es un séptimo de la estatura, entre otras proporciones anatómicas. El Hombre de Vitruvio, además de ser un tratado anatómico, tiene un profundo sentido filosófico, colocando al ser humano nuevamente en el centro del conocimiento y la naturaleza, luego de ser delegado por lo divino por varios siglos de obscurantismo medieval.
Criticado injustificadamente por no terminar muchas de sus obras, Leonardo era ante todo un perfeccionista que buscaba mejorar incansablemente sus creaciones. Una de sus encomiendas titulada «La Adoración de los Magos», era de tal ambición que posiblemente Leonardo se encontró abrumado ante tantos personajes y detalles en la escena. Sin embargo, no siempre fue su culpa que sus obras quedaran inconclusas, la suerte jugó también un papel importante. Tal es el caso de la que pudo convertirse en una de las más grandiosas esculturas jamás imaginadas. Cuando Ludovico Sforza encomendó a Leonardo da Vinci un monumento ecuestre en honor a su padre, el florentino concibió una escultura de incomparable grandiosidad. Cuando en 1493 Leonardo exhibió su modelo de arcilla, en el que Francesco Sforza se posaba glorioso vestido de armadura y empuñando una espada cabalgando un gigantesco caballo, Baldassare Taccone escribió que «ni Grecia ni Roma habían visto nunca algo más grandioso». No obstante, la amenaza militar de Francia obligó a Ludovico Sforza a utilizar el metal del caballo de Leonardo para construir dos cañones, impidiendo al mundo ver materializarse la que, seguramente, hubiese sido una de las obras cumbre del arte universal.


Leonardo tuvo valiosas aportaciones en incontables campos del conocimiento y el arte. Sus cuadernos, con miles de páginas de dibujos y apuntes, atestiguan cada paso de su mente guiada por una incansable curiosidad. Su búsqueda de conocimiento era una fuente de satisfacción personal, para nada impulsada por el reconocimiento o la fama. Si hubiera publicado sus estudios sobre la luz, la anatomía humana, la geología, la hidráulica o el movimiento, además de conocerlo como uno de los maestros del arte universal, sería también un legendario científico precursor de Newton, Galileo, Bernoulli y tantos otros que llegaron a algunas de sus mismas conclusiones décadas e incluso siglos después.
El arte de Leonardo da Vinci fue perfeccionándose desde distintas vertientes, por un lado, fue capaz de plasmar el movimiento en sus pinturas, mientras que su técnica del sfumato le permitía prescindir de las líneas, las cuales desde su punto de vista son ilusiones ópticas inexistentes físicamente. Sus estudios de la luz lo llevaron a perfeccionar el claroscuro, logrando plasmar los efectos de la luz en el color de los objetos y su reflejo sobre estos; asimismo dominó la perspectiva percatándose de que el nivel de detalle es inversamente proporcional a la distancia y que los colores varían sutilmente de acuerdo con la lejanía de un objeto. Su investigación sobre las proporciones humanas, cuya cúspide fue su tratado sobre El Hombre de Vitruvio, y sus estudios anatómicos, fueron los elementos que lo llevaron a pintar composiciones muy realistas. Esto sería suficiente para crear cuadros sublimes, pero la perfección del arte de Leonardo no paró ahí. Siendo un gran observador, el florentino dibujó muchos personajes que encontraba en las calles en diferentes estados emocionales: tristes, eufóricos, combativos, furiosos, pensativos, etcétera. Su propósito era descubrir las manifestaciones físicas de las emociones humanas para hacer de sus cuadros obras psicológicas, donde sus personajes reflejaran una variedad de estados anímicos. Asimismo, para sacar partido a la complejidad de sus personajes, Leonardo añadió narrativa a sus obras, es decir que no son simples imágenes estáticas, sino que cuentan una historia de complejidad sorprendente. Finalmente, Leonardo utilizó sus observaciones del mundo natural para añadir rigor científico a sus pinturas. Su arte se alimentaba de su ciencia y viceversa, su perfeccionismo lo impulsó a crear un arte tan realista basado en estudios anatómicos sin precedentes, en los que diseccionó cuerpos y dibujó cada parte del ser humano desde diversos ángulos.

Esta fusión única entre arte y ciencia es muy evidente en una de mis obras preferidas, la versión del Museo del Louvre de «La Virgen de las Rocas» de 1486. En este cuadro encontramos a la Virgen, a los bebés de San Juan y Jesús acompañados por un misterioso Ángel, quien observa al espectador y apunta con el dedo hacia el bebé San Juan. Este gesto es tan extraño que Leonardo lo quitaría en la segunda versión de la obra hoy encontrada en Londres, de hecho, el motivo de incluirlo en el primer cuadro es un misterio. Los personajes se encuentran en una gruta fantástica, en la cual encontramos formaciones geológicas de piedra caliza y volcánica, plasmadas tal cual ocurrirían naturalmente. Y no sólo eso, Leonardo también fue cuidadoso en retratar las plantas en su ubicación correcta, estas crecerían naturalmente sobre la piedra caliza suficientemente erosionada por el agua, pero no en las piedras volcánicas, cuyas grietas verticales producidas por el enfriamiento de la lava fueron pintadas con fidelidad. Las especies de plantas seleccionadas por Leonardo son congruentes con las que crecerían en un lugar semejante durante la misma temporada del año, e incluso fue cuidadoso de seleccionar especies con cierto significado simbólico referente a Jesús y a la Virgen. Dudo que esta cueva existiera realmente fuera de la imaginación de Leonardo, por lo que resulta sorprendente el hecho de que incluso en su fantasía fuera tan precavido de mantener un rigor científico.
A pesar de ser un orgulloso florentino, Leonardo encontraría en Milán el lugar más adecuado para su arte y su ciencia. Para finales del Siglo XV Florencia se encontraba inmersa en una convulsión religiosa y política; la muerte de Lorenzo el Magnífico, luego el derrocamiento de los Médicis y las «quemas de las vanidades» del fraile Girolamo Savonarola, hacían de la cuna del renacimiento un lugar menos propicio para Leonardo. En contraste, la corte ducal de Milán reunía a artistas y estudiosos de todos los ámbitos, quienes celebraban grandes espectáculos públicos promovidos por el duque Ludovico Sforza, quien le encargaría a Leonardo la famosa estatua ecuestre en honor de su padre que nunca llegó a materializarse a causa de la avanzada militar francesa. Del duque de Milán recibiría otros trabajos importantes como «La Dama del Armiño» de 1490, un exquisito retrato de la amante del duque Cecilia Gallerani. Se trata de una obra disruptiva e innovadora, llamada por algunos historiadores del arte como el primer retrato moderno, por ser probablemente la primera pintura europea en la que se expresan los pensamientos y emociones del personaje retratado a través del lenguaje corporal. La narrativa de la obra es fascinante, Gallerani se encuentra vívida y emocionada dirigiendo la mirada fuera de la escena hacia Ludovico; sus labios esbozan una misteriosa sonrisa mientras sostiene un armiño blanco, el cual también se encuentra en alerta y está tan bien logrado que incluso parece ser inteligente. El armiño blanco constituye un simbolismo, por un lado, representa la pureza por ser un animal tan pulcro que prefiere ser capturado por los cazadores antes de refugiarse en un lugar sucio. Este animal hace también referencia a Gallerani (en griego galée) y al propio Ludovico, quien fuera condecorado con la Orden del Armiño por el rey de Nápoles y llamado por un poeta de su corte como “el moro italiano, el armiño blanco”.

La perfección de la narrativa pictórica de Leonardo da Vinci se halla innegablemente en Milán, en la que se considera una de sus principales obras maestras y una de las pinturas cumbre del arte: «La última cena», ubicada en el pequeño pero elegante monasterio de Santa Maria delle Grazie. El duque encomendó a Leonardo retratar la famosa escena bíblica en la pared norte del nuevo refectorio del conjunto religioso. Siendo un perfeccionista, el hecho de pintar al fresco no era una opción razonable para él, porque en esta técnica requiere de decisión y rapidez para ejecutar antes de que la escayola se seque. Entonces, Leonardo eligió una mezcla de aceites sobre la pared seca, para tomarse su tiempo y añadir los complejos efectos que deseaba. Conjugando la emoción humana, el dinamismo y el lenguaje corporal de sus personajes, Leonardo creó una de las obras narrativas más impresionantes, plasmando el fatídico instante en el que Jesucristo anuncia a los apóstoles que uno de ellos va a traicionarle. Como una piedra lanzada al agua, las palabras de Jesucristo desencadenan una reacción humana que parece ir de izquierda a derecha. En la extrema izquierda del observador se encuentran Bartolomé, Santiago el menor y Andrés, mostrando una reacción inmediata al anuncio de Jesus reflejado en Bartolomé, quien está a punto de levantarse con su cabeza inclinada hacia al frente en un acto combativo y de indignación. Siguiendo hacia la derecha tenemos a Judas Iscariote, Pedro y Juan, quienes reflejan una reacción no tan inmediata. Judas, sabiéndose culpable, se inclina en dirección opuesta a Jesucristo en un acto de evasión, mientras sostiene en una mano la bolsa de monedas que le dieron a cambio de su traición y dirige la otra hacia el pan incriminatoriamente, pues Jesús diría: “el que mete la mano conmigo en el plato, es el que me va a traicionar”. Pedro se encuentra agitado y molesto con el rostro hacia el frente, listo para la acción, mientras que Juan se halla triste y resignado sabiendo que se trata de un hecho inevitable. Jesucristo en el centro recién ha terminado de realizar su pronunciamiento con los labios ligeramente abiertos, se muestra tranquilo y resignado ante su destino. Su figura es ligeramente más grande, Leonardo sabía a raíz de sus estudios de óptica que los objetos parecen más prominentes si se contraponen a un fondo claro en lugar de un fondo obscuro; así la ventana abierta funge como un halo natural que otorga notoriedad a Jesús en la escena. Del otro lado de la obra en otro instante de la reacción en cadena están Tomás, Santiago el Mayor y Felipe. Tomás señala con el índice hacia el cielo en lo que constituye un gesto asociado con Leonardo que sería plasmado también en su obra «San Juan Bautista» de 1513. Santiago el Mayor abre sus brazos hacia Jesús de forma protectora mientras que Felipe es representado de pie, perplejo e incrédulo. En el conjunto final de la extrema derecha se hallan Mateo, Judas Tadeo y Simón, quienes se muestran inmersos en una acalorada discusión acerca de lo que implica el pronunciamiento de Jesucristo. Mateo parece incriminar a Judas Iscariote señalándolo con ambas manos mientras que Judas Tadeo voltea hacia Simón en lo que parece un intenso debate. Lamentablemente, uno de los mayores logros del ser humano no fue uno diseñado para la posteridad debido a la técnica utilizada por Leonardo. La versión que podemos observar hoy en día ha sido restaurada y alterada a lo largo de los siglos; por fortuna, varios contemporáneos y los discípulos de Leonardo realizaron varias copias que hoy podemos utilizar de referencia.

Una vida de perfeccionamiento llegaría a su culminación con la gloriosa «Mona Lisa» también llamada «La Gioconda» de entre 1503 y 1517. Aquí Leonardo da Vinci trasciende el retrato psicológico en el que las emociones humanas están claramente representadas para ingresar en los terrenos de lo enigmático. Una penetrante mirada que sigue misteriosamente al observador sin importar en qué lugar de la habitación se encuentre; una sonrisa tan elusiva que puede interpretarse de muchas maneras, complaciente, sarcástica, amorosa, cada quien tiene una opinión diferente, y es precisamente este nivel misticismo el que hace de Leonardo da Vinci uno de los artistas legendarios.
Luego de una breve estadía en Roma, en 1516 Leonardo aceptó la invitación del Rey Francisco I de Francia para trasladarse a Cloux, donde pasaría apaciblemente los últimos años de su vida. En la casa de campo de Cloux, hoy Clos Lucé, finalmente fallecería el gran genio italiano a los 67 años de edad a causa de un accidente cerebrovascular, sucedería el 2 de mayo de 1519. Los restos de este célebre artista descansan en la Capilla de San Hubert en complejo del Castillo de Amboise, pero indudablemente, su genio perdurará en la memoria de la humanidad como uno de los más grandes de la historia.