
En estas líneas, el licenciado José Eugenio Solórzano Paniagua, distinguido jurista y autor de múltiples publicaciones de derecho notarial, recuerda al amor de su vida, Carmita Grajales Aguilar, quien le regaló los momentos más importantes hasta el final. Atesora cada uno de ellos con mucha emoción y sentimiento, ya que desde que la conoció descubrió el amor verdadero.
El tiempo le ha robado a su compañera, amiga y esposa, sin embargo, él la recuerda con profundo cariño y en todo momento. A través de este espacio nos comparte lo que ella significó para él, además de darnos a conocer el regalo más preciado que conserva de su amada: sus obras de arte.
UN JURAMENTO DE AMOR GUARDADO ETERNAMENTE EN MI CORAZÓN.
Por José Eugenio Solórzano Paniagua.
A la edad de 89 años, puedo decir que la vida me ha obsequiado un camino colmado de triunfos profesionales y lo agradezco profundamente, pero lo que más me ha llenado de dicha es el haber elegido a quien me acompañaría en cada uno de esos triunfos. Una mujer que hasta el día de hoy me inspira a buscar la felicidad y a escribir mis más profundos sentimientos.
Su pérdida tan rápida y repentina dejó a mi corazón un vacío inmenso que nadie más ha podido cubrir; no obstante, me siento privilegiado de haber compartido con ella un sinfín de experiencias y conocimientos, además de haber conocido su faceta como artista. Quienes tuvimos la oportunidad de verla haciendo lo que tanto le gustaba, coincidimos en que lo hacía con exagerado amor y empeño.
En el mes de junio de 1956, se llevó acabo en las instalaciones del Garden Club de Chiapa de Corzo un baile de gala con motivo del segundo aniversario de su fundación. Este baile fue amenizado por la popular orquesta de Pablo Beltrán Ruiz, de la Ciudad de México. En esta fiesta Carmita y yo escribimos con nuestros labios un juramento de amor.
Mi flor más bonita, Carmita Grajales Aguilar, nació el 22 de diciembre de 1929 en la ciudad de Chiapa de Corzo, Chiapas. Sus padres fueron Carlos Grajales Coutiño y María Aguilar Constantino; fue nieta del general Julián Grajales, distinguido jefe político de Chiapas durante la época del general Porfirio Díaz; y sobrina del destacado poeta chiapaneco José Emilio Grajales, autor del Himno al Estado de Chiapas.
En su juventud fue coronada como la reina del Casino Tuxtleco; reina del Club de Leones de su tierra natal; y lució su belleza en las festividades de San Sebastián, la tradicional Fiesta Grande de Chiapa de Corzo, portando la corona de “la flor más bonita de la comarca chiapacorceña” y representando al personaje de doña María de Angulo, señora benefactora de los Parachicos y de las Chuntáes. En múltiples ocasiones fue embajadora de belleza en eventos organizados por el Gobierno del Estado, luciendo el tradicional traje de chiapaneca.

Su belleza me cautivó desde la primera vez que la vi en el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez (actualmente las instalaciones de la Región Militar VII), en 1956. Tres encantadoras damas acompañaban al licenciado Efraín Aranda Osorio, en ese entonces Gobernador del estado, esperando el arribo del presidente de la República, Adolfo Ruíz Cortines (sexenio de 1952 a 1958); pero había una entre ellas que destacaba por su porte y belleza, mi amada Carmita. Como todo un caballero invité a Carmita y a su amiga Margarita Pola a comer al restaurante Maryen, uno de los lugares más famosos de esa época. Fue la mejor oportunidad para conocer a la mujer que, sin saber, me regalaría lo mejor de mi vida; descubrí la bondad que había en ella desde que comenzó a contarme acerca de su participación como presidenta del Garden Club de Chiapa de Corzo, y que los domingos organizaba bailes en la ciudad para recaudar fondos para apoyar a los niños pobres. En ese mismo momento me comentó que le daría mucho gusto contar con mi presencia en esos eventos; emocionado por la última parte de las palabras del ángel de mis sueños e inspirado por las tres copas de licor que había ingerido le contesté: “si vivieras en la luna o en otro planeta iría con gusto a visitarte porque hoy he conocido a la mujer de mis sueños, una flor bonita que ha hecho brotar la alegría en mi corazón, por ello, pienso que al verte de nuevo, la magia de tus encantos escucharán los repiques de la fiesta grande de mi amor, tan grande como la hermosa campana de tu pueblo que anunciará con alegría el milagro del profeta Daniel, por haber encontrado en tu real belleza la mujer de mis sueños”.
LA REINA DE TRES CORONAS
Carmita, por ser día de tu onomástico, voy a contarte un secreto. Que te quiero y que te adoro. Mi amor es tan alegre y hermos como el verde de las plantas en la primavera. Tan dulce y puro como el color blanco de la azucena. Tan romántico y apasionado como el color rojo de la rosa roja. También quiero decirte, que tú fuiste Carmita I, reina de Tuxtla Gutiérrez, bella ciudad de nuestra capital, coronada por unanimidad de votos en el Casino Tuxtleco.
Reina y soberana de tu pueblo natal, la ilustre ciudad colonial de Chiapa de Corzo, la primera ciudad conquistada por los españoles y coronada por el Club de Leones, de esa ciudad colonial, la más antigua de Chiapas.
Portadora de la corona de la flor más bonita de Chiapa de Corzo, luciendo con garbo la corona y tu belleza, en la feria de tu pueblo, patrimonio cultural de la humanidad, en las festividades de San Sebastián y de doña María de Angulo, señora benefactora y madre de los Parachicos y de las Chuntáes, en la vieja leyenda de nuestros antepasados, que representan la alegría y el folclor de la fiesta Grande de Chiapas. Además, tú eres la flor más bonita de todos los jardines de la tierra. Y de las mujeres bonitas, tú eres la reina.
Carmita, por ser la reina de las flores, por ser la reina de las mujeres bonitas y por ser la reina de mi corazón.
Dios me concedió el milagro de mi amor, porque tu reinado, será el jardín de mi corazón.
Y yo seré el jardinero fiel que regará eternamente los encantos de tu belleza, con mis lágrimas de amor.
José Eugenio Solórzano Paniagua

Transcurrieron los días y, cuando me encontraba estudiando para mis exámenes en el hotel Posada de San Cristóbal, llegó una persona del Palacio Municipal y me dijo que tenía una llamada telefónica de la señorita Carmita Grajales. Inmediatamente fui a contestar la llamada. En ese momento ella me invitó al baile de aniversario del Garden Club, a lo cual acepté inmediatamente, pero con la condición de que yo fuera su pareja en el baile; mi petición fue aceptada con agrado.
Ocho días después de la llamada telefónica de Carmita, asistí al baile e inmediatamente me puse a sus órdenes. Después de un cariñoso saludo, la organizadora de este evento me dijo que, aparte de ser su pareja, primero tenía que ser su asistente, por lo que enseguida le contesté: “Me siento muy orgulloso de ser pareja, asistente y guardaespaldas de la flor más bella del jardín chiapaneco”. En esa misma tarde comenzaría nuestra historia de amor, ya que le pediría que fuera mi novia.
Después de dieciocho meses de noviazgo me casé en la ciudad de Chiapa de Corzo con la señorita Carmita Grajales Aguilar. Recuerdo perfectamente que fue el 22 de diciembre de 1957 en la iglesia de Santo Domingo. El encuentro religioso fue conmovedor, ya que nos encontrábamos en compañía de nuestros familiares y amigos cercanos. Por otra parte, el matrimonio civil se efectuó en Quinta Albania, propiedad de su hermano el general Francisco J. Grajales.
En aquel entonces, laboraba en el Juzgado del Ramo Civil de Comitán, así que Carmita y yo tuvimos que vivir ahí en una casa pequeña, pero bonita con un jardín extenso. A ella le fascinaban las flores, por lo que desde que llegamos, el plantar y cuidar de ellas fue su pasatiempo favorito. En las mañanas contemplaba su jardín y platicaba dulcemente con sus plantas, cantándoles con alegría y felicidad.
Mi querida esposa le dio alegría a mi vida, me enseñó a verla de una manera distinta. Me regaló tres hijos: José Carlos (26 de octubre de 1958), su nombre fue en honor a mi padre José y a mi suegro Carlos; Miguel de Jesús (29 de diciembre de 1963), llamado así por mi concuño el ingeniero Miguel Lomelí, y Jesús, porque Carmita era muy católica y devota de nuestro Señor Jesucristo; y Francisco Javier (25 de marzo de 1965), en honor a mi entrañable amigo, el licenciado Francisco Javier Ramos Bejarano, quien posteriormente fue su padrino. Los tres decidieron seguir mi camino en la profesión de derecho.

Además de darme la dicha de ser padre, Carmita me dejó su esencia en pinceladas y recuerdos imborrables. Porque no solo destacaba por su belleza, sino también por ser una excelente pintora y por haber nacido con una voz privilegiada.
Con gran emoción y sentimiento la recuerdo escuchando y cantando música clásica, así como también adornando con flores cada rincón de la casa. Carmita disfrutaba ver los colores y texturas de las flores, eso la motivó para ingresar a cursos de pintura. Cada cuadro representa su esencia y lo talentosa que era, obras de arte fascinantes que detalló con paciencia. La belleza de las flores le hacía suspirar; sabía que era un tema que le encanta, por lo que siempre contribuí a impulsar su talento. En estas páginas les comparto las mejores pinturas de mi amada, las cuales poseo en una galería exclusiva ubicada en un espacio del hogar que construimos juntos.





Lo que años atrás era el campo de Golf Campiñas Country Club se convirtió en nuestro hogar (hasta la actualidad). Antes de su partida, diseñó en esta propiedad un maravilloso parque recreativo con jardines muy hermosos, el cual se llama Carmita Grajales, en honor a ella y a su pasión por las flores. Diez años más tarde, en su honor, construí Pedazo de Cielo, un rincón que hace referencia a su tierra natal, Chiapa de Corzo, un espacio que me recuerda los bellos atardeceres que pasé a su lado. El estilo mudéjar de la Pila o Corona como algunos la conocen es el símbolo que elegí para rendir homenaje a mi flor más bonita.



Hace 15 años que mi esposa ya no me acompaña, pero la recuerdo con profundo amor. Su ausencia desde aquel 1 de noviembre del año 2005 ha sido desoladora, sin embargo, sé que ella supo lo mucho que significaba para mí. Y aunque extraño su voz, su mirada y su presencia debo decir que siento su esencia cada vez que la pienso.

El licenciado José Eugenio Solórzano, nos ha permitido conocer lo que significa amar, al escribir para nosotros el inicio y final de la historia con su amada esposa. Sin duda, nos ha transmitido el profundo amor que sentía por ella y la felicidad que experimentó con su compañía.