A lo largo de los años ha existido la polémica discusión sobre lo que las mujeres y los hombres “deben hacer” en relación a su sexo y sus capacidades. En la actualidad, esta intolerancia se ve cada vez menos en comparación con épocas antiguas, puesto que en los últimos tiempos la mujer se ha levantado de los suelos y empoderado grandemente. Antes, las mujeres eran estrictamente desvirtuadas, y exigir sus derechos era un acto de rebeldía o falta de respeto; pero en la historia de la humanidad han surgido mujeres valientes que nacen para romper los protocolos y esquemas sociales con el fin de cambiar un paradigma que destruye todo a su paso. Un ejemplo de esto es Juana de Arco, una mujer esforzada que tuvo doblemente el mérito de ser llamada valiente, pues, además de que estuvo al frente de un ejército de hombres, lo hizo en la época final de la edad media, una etapa de la historia donde el patriarcado y el machismo estaban acentuados en su máxima expresión.
Juana de Arco nació el 6 de enero de 1412 en Domrémy, Francia. Su padre fue Jaques de Arco, un agricultor y oficial que dirigía la guardia de la comunidad. Y su madre se llamaba Isabelle Romee, una devota de la religión que le enseñó a sus hijos a creer en Dios. Por esa influencia, Juana estaba enfocada en volverse santa, es decir, en hacer siempre lo correcto y ayudar a las personas.

A pesar de haber nacido en un contexto bélico, Juana tuvo una infancia muy feliz llena de juegos, risas y amor fraternal. Además, le encantaba correr por el campo de 20 hectáreas que sus padres poseían. Juana nació en un momento muy vulnerable puesto que Francia se encontraba en una guerra contra los ingleses, la cual llevó como nombre la guerra de los 100 años, ya que el tiempo de su duración fue de 116 años. La razón de este conflicto fue porque tanto los franceses como los ingleses deseaban poseer y administrar las riquezas acumuladas por los reyes ingleses en territorio francés.
Desde sus primeros años de vida, la pequeña Juana tenía visiones de seres celestiales, quienes le decían que tenía que ser buena y compasiva con los demás y que además ella sería quién salvaría a su pueblo de las tropas inglesas. Por temor a sentirse juzgada y avergonzada no dijo nada hasta los 13 años, cuando las voces y las visiones fueron tan claras como para saber de quiénes eran. Juana identificó esas voces como las de Santa Catalina, Santa Margarita y San Miguel.
Cuando Juana contaba con tan solo 16 años y Orleans -la sede donde se encontraba el delfín, el futuro rey de Francia Carlos VII- estaba a punto de ser tomada por tropas inglesas, la joven de carácter valiente fue motivada por la voz de San Miguel para ir a dicha ciudad y defenderla. Decidida a cumplir la encomienda, fue en busca del capitán de la guardia real Robert de Baudricourt para pedirle que le proporcionara una escolta para luchar en aquel poblado. Después de casi un año de insistir, el oficial accedió a la petición de la joven francesa, obviamente añadió burlas y desconfianza.
Lista para la batalla, Juana se cortó el cabello y se vistió con una armadura de guerra. Los soldados dudaron de ella, pues era una adolescente sin experiencia, además delgada y “frágil”. No obstante, sus opiniones cambiaron después de que Juana salió victoriosa de Orleans. Todos quedaron sorprendidos con su habilidad de estratega, de pelea y liderazgo. En consecuencia, comenzó a ser reconocida no solo como una gran guerrera, sino también como una enviada de Dios. Tanto los franceses como los ingleses sabían de ella, y por este triunfo la llamaron la Doncella de Orleans.
“Mejor la integridad en las llamas que sobrevivir en la imitación de la verdad. Si así lo deseáis llevaré de nuevo ropa de mujer, pero en lo restante no cambiaré”.
Juana de Arco.
Debido al peso político y social que Juana de Arco estaba obteniendo con sus victorias, logró convencer a los ingleses para que Carlos VII se convirtiera en el monarca de Francia. Así, el delfín se convirtió en rey el 17 de Julio de 1429 en la catedral de Reims. Después de tal designación, las posturas entre Carlos VII y Juana de Arco no fueron las mismas; mientras que él deseaba detener las muertes y terminar la guerra de una vez por todas con la firma de un tratado de paz, ella, con la guía mística de sus visiones, creía que los ingleses deberían ser definitivamente expulsados de territorios franceses, de otra manera Francia no sería libre por completo, ya que el tratado del rey comprometía los derechos y los territorios del pueblo francés. Entonces, la joven guerrera volvió a tomar la espada para luchar contra el ejército enemigo, pero como el rey no estaba de acuerdo con lo que Juana deseaba, comenzó a darle grupos de soldados más pequeños; fue así como la guerrera inició una racha de batallas perdidas, hasta ser capturada por los borgoñones, quienes la entregaron rápidamente a sus aliados, los ingleses.
La doncella de Orleans fue trasladada a Rouen para que fuera juzgada. Durante un largo juicio que duró más de tres meses, Juana fue interrogada por un tribunal eclesiástico que la acusó de herejía, de vestir como un hombre, ser una farsante y de brujería, pues decían que las voces que ella escuchaba no eran divinas sino demoníacas; en total se le presentaron hasta 70 cargos. Por esto, la joven francesa fue condenada a muerte. Juana de Arco murió quemada en la hoguera el 30 de mayo de 1431 a la corta edad de 19 años frente a una multitud aproximada de 10.000 personas.
Años más tarde, cuando la guerra ya había terminado, el rey Carlos VII, junto con la familia de Juana, pidió que el juicio se revisara de nuevo, por lo que consiguió que Calixto III, el papa de Roma de ese tiempo, absolviera a la joven de los cargos presentados. Por consiguiente, el pueblo la convirtió en una mártir y un símbolo de Francia. En 1920, el papa Benedicto XV tomó la decisión de declarar a la doncella de Orleans como santa y Patrona de Francia, pues tenía como características las de ser virgen, tener comunicación con el mundo celestial y ayudar a su pueblo; actualmente, cada 30 de mayo en Francia se conmemora el día de Santa Juana de Arco.
Juana de Arco nos enseñó que es más sencillo cumplir nuestro propósito de vida si caminamos con la visión de lo celestial al frente, de otra manera, los guerreros enemigos hubieran hecho a Juana sucumbir al miedo y no hubiera luchado por lo que creía justo. Al final, ella logró realizar la encomienda que desde el cielo se le instruyó, pues liberó al pueblo francés del acecho del ejército enemigo, no con su fuerza humana, porque bien sabemos que su esfuerzo físico no bastó, ya que terminó quemada, sino con su espíritu de victoria que quedó intacto hasta el final, incluso existe una leyenda que dice que cuando Juana fue quemada, lo único que sobrevivió al fuego fue su corazón. Al ser considerada una enviada divina y al verla pelear en las batallas de manera magistral, el ejército francés, que parecía que tenía la guerra perdida, tomó la fuerza necesaria para retomar su posición y al fin vencer.