

Imagina que una mañana te despiertas con el canto del gallo y te levantas de la cama con ganas de comer unos deliciosos huevos acompañados de un dulce jugo de naranja. Después te bañas, te cambias, desayunas y vas al trabajo que disfrutas mucho. En tu oficina, tomas tu café caliente recomendado para un día fresco y ves pasar frente a ti la luz que va dejando el sol en su recorrido. Al atardecer, escuchas ruidos en la calle y te asomas a la ventana para ver de qué se trata; hay una gran cantidad de gente que corre y grita alarmada que pronto llegará el ejército de otro país para gobernar. Prendes la radio y buscas una estación donde la noticia se esté anunciando. Efectivamente, el locutor dice que el ejército alemán de los nazis, por tierra, por aire y por mar, está invadiendo a los países aledaños y que ahora viene al tuyo. Con preocupación, vas a casa a encontrarte con tu familia y juntos comienzan a hacer un refugio muy bien oculto, porque ya no hay tiempo para escapar.
Los soldados invasores están gobernando, imponiendo miedo, matando a los que no son como ellos y destruyendo la ciudad, pero tú y tu familia están a salvo en el escondite; sin embargo, dos años son los que transcurren mientras te la pasas comiendo alimentos enlatados entre cuatro paredes. No puedes salir porque quizá mueras, y no sabes cuándo terminará esta pesadilla o cuándo volverás a levantarte con el canto del gallo y disfrutar de la luz del sol. Pues, sin más que imaginar, algo parecido a esto es lo que vivió una pequeña niña y su familia en la Segunda Guerra Mundial. Hablamos de Annelies Marie Frank, más conocida por su libro llamado “El diario de Ana Frank”.
Escribir un diario es una experiencia muy extraña para alguien como yo. No sólo porque nunca antes había escrito algo, sino porque más adelante ni yo ni nadie va a estar interesado en leer las reflexiones de una niña de 13 años. Pero bueno, no importa. Tengo ganas de escribir”.
-Ana Frank
Nació el 12 de junio de 1929 en Fráncfort del Meno en Hesse, Alemania. Ella y su hermana Margot (tres años mayor) fueron hijas de Otto Heinrich Frank, quien sirvió como teniente al ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, y Edith Hollander.
Cuando, en 1933, Hitler optó por hacer menos a los judíos, haciendo que el caos comenzara a ser el pan de cada día en Alemania, muchas personas huyeron hacia los países cercanos; la familia de Anna se fue a Ámsterdam, Holanda. La vida ahí era tranquila y relajada, las niñas estudiaban en el colegio Montessori Mozart. Su padre abrió una pequeña empresa llamada OPEKTA, la cual era una distribuidora de pectina (sustancia que sirve para elaborar mermelada).
Un día del año 1939, cuando Ana tenía tan solo 10 años, su vida dio un giro inesperado, pues, el ejército alemán invadió Holanda. Por órdenes de los nazis, las personas de origen judío tenían un montón de prohibiciones, ellos no podían casarse o tener relaciones sexuales con personas de sangre alemana, no tenían derecho a participar en la administración pública, a usar los transportes públicos, a votar, entre muchos impedimentos más; empleados y directores judíos fueron despedidos de su puesto de trabajo, el gobierno nazi revocó las licencias de abogados y exigió a los médicos judíos a no tratar a pacientes alemanes. Así también los niños no podían ir a la misma escuela que los niños arios o de raza pura. Por este último motivo, Ana y su hermana Margot fueron obligadas a dejar su colegio para estudiar en la escuela Liceo Judío, y así perdieron contacto con sus amigos y maestros. Sin embargo, a pesar de todos estos agravios, la familia Frank trataba de vivir en paz, esperando que pronto la despreciable situación llegara a su fin.
En julio de 1942, su hermana Margot recibió un oficio en el que era requerida en los campos de concentración; esto hizo que Otto adelantara sus planes para protegerse de la Gestapo (“La Policía Secreta del Estado”). Para que la policía alemana no sospechara, simularon una huida rápida hacia Suiza, dejando la casa hecha un desastre; pero lo que en realidad pasó fue que se refugiaron en la Achterhuis, que significa “el anexo secreto”, el cual era un espacio que estaba situado arriba del despacho de Otto y que estaba constituido por tres habitaciones, un baño, un salón y un desván. El lugar fue construido por el padre de Ana con ayuda de cuatro trabajadores de confianza: Victor Kugler, Johannes Kleiman, Miep Gies y Elisabeth “Bep” Voskuil. Para el día nueve de ese mes, la familia Frank ya había comenzado su escalofriante aventura. En el escondite residieron un total de ocho personas: la familia Frank, un dentista llamado Fritz Pfeffer y la familia Van Pels, la cual estaba formada por Hermann, su esposa Auguste y su hijo Peter.
Cuando Ana cumplió 13 años, su padre le regaló una libreta que usó como diario. La escritura rutinaria fue la actividad que ayudó a Ana a enajenarse del mundo caótico que la había llevado a estar encerrada, era su escape hacia otros lados, pues en ese diario escribió sobre temas diversos, con sus propias reflexiones, sobre sus sueños y creencias, sobre lo que vivía mientras compartía su espacio con los otros refugiados; sobre sus cambios de ánimo en la adolescencia y su gusto por Peter, el hijo de los Van Pels. Así pasó escribiendo dos años, hasta que en la mañana del cuatro de agosto de 1944, la Gestapo descubrió el refugio.
La familia Frank fue llevada a un campo de prisioneros llamado Westerbork para después ser deportada a Auschwitz, Polonia, donde estuvo el campo de concentración y exterminio en masa más grande que los nazis construyeron, con una capacidad hasta para 200,000 prisioneros, y donde murieron alrededor de un millón tres cientos mil personas. Ahí Otto fue separado de su esposa e hijas para nunca más volver a verlas. Al llegar al campo, debido a que ya tenía 15 años, Ana se salvó de ir a la cámara de gas. Mientras que Edith, la madre de Ana, se quedaría en Auschwitz para morir, Margot y Ana fueron reubicadas en el campo de Bergen-Belsen. Como a todos los judíos y demás prisioneros, a las hermanas Frank las raparon y desnudaron para desinfectarlas y les tatuaron en el brazo su número de registro.

Nació el 12 de junio de 1929 en Fráncfort del Meno en Hesse, Alemania. Ella y su hermana Margot (tres años mayor) fueron hijas de Otto Heinrich Frank, quien sirvió como teniente al ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, y Edith Hollander.
Cuando, en 1933, Hitler optó por hacer menos a los judíos, haciendo que el caos comenzara a ser el pan de cada día en Alemania, muchas personas huyeron hacia los países cercanos; la familia de Anna se fue a Ámsterdam, Holanda. La vida ahí era tranquila y relajada, las niñas estudiaban en el colegio Montessori Mozart. Su padre abrió una pequeña empresa llamada OPEKTA, la cual era una distribuidora de pectina (sustancia que sirve para elaborar mermelada).
Un día del año 1939, cuando Ana tenía tan solo 10 años, su vida dio un giro inesperado, pues, el ejército alemán invadió Holanda. Por órdenes de los nazis, las personas de origen judío tenían un montón de prohibiciones, ellos no podían casarse o tener relaciones sexuales con personas de sangre alemana, no tenían derecho a participar en la administración pública, a usar los transportes públicos, a votar, entre muchos impedimentos más; empleados y directores judíos fueron despedidos de su puesto de trabajo, el gobierno nazi revocó las licencias de abogados y exigió a los médicos judíos a no tratar a pacientes alemanes. Así también los niños no podían ir a la misma escuela que los niños arios o de raza pura. Por este último motivo, Ana y su hermana Margot fueron obligadas a dejar su colegio para estudiar en la escuela Liceo Judío, y así perdieron contacto con sus amigos y maestros. Sin embargo, a pesar de todos estos agravios, la familia Frank trataba de vivir en paz, esperando que pronto la despreciable situación llegara a su fin.
En julio de 1942, su hermana Margot recibió un oficio en el que era requerida en los campos de concentración; esto hizo que Otto adelantara sus planes para protegerse de la Gestapo (“La Policía Secreta del Estado”). Para que la policía alemana no sospechara, simularon una huida rápida hacia Suiza, dejando la casa hecha un desastre; pero lo que en realidad pasó fue que se refugiaron en la Achterhuis, que significa “el anexo secreto”, el cual era un espacio que estaba situado arriba del despacho de Otto y que estaba constituido por tres habitaciones, un baño, un salón y un desván. El lugar fue construido por el padre de Ana con ayuda de cuatro trabajadores de confianza: Victor Kugler, Johannes Kleiman, Miep Gies y Elisabeth “Bep” Voskuil. Para el día nueve de ese mes, la familia Frank ya había comenzado su escalofriante aventura. En el escondite residieron un total de ocho personas: la familia Frank, un dentista llamado Fritz Pfeffer y la familia Van Pels, la cual estaba formada por Hermann, su esposa Auguste y su hijo Peter.
Cuando Ana cumplió 13 años, su padre le regaló una libreta que usó como diario. La escritura rutinaria fue la actividad que ayudó a Ana a enajenarse del mundo caótico que la había llevado a estar encerrada, era su escape hacia otros lados, pues en ese diario escribió sobre temas diversos, con sus propias reflexiones, sobre sus sueños y creencias, sobre lo que vivía mientras compartía su espacio con los otros refugiados; sobre sus cambios de ánimo en la adolescencia y su gusto por Peter, el hijo de los Van Pels. Así pasó escribiendo dos años, hasta que en la mañana del cuatro de agosto de 1944, la Gestapo descubrió el refugio.
La familia Frank fue llevada a un campo de prisioneros llamado Westerbork para después ser deportada a Auschwitz, Polonia, donde estuvo el campo de concentración y exterminio en masa más grande que los nazis construyeron, con una capacidad hasta para 200,000 prisioneros, y donde murieron alrededor de un millón tres cientos mil personas. Ahí Otto fue separado de su esposa e hijas para nunca más volver a verlas. Al llegar al campo, debido a que ya tenía 15 años, Ana se salvó de ir a la cámara de gas. Mientras que Edith, la madre de Ana, se quedaría en Auschwitz para morir, Margot y Ana fueron reubicadas en el campo de Bergen-Belsen. Como a todos los judíos y demás prisioneros, a las hermanas Frank las raparon y desnudaron para desinfectarlas y les tatuaron en el brazo su número de registro.